La construcción de una armadura, II: El asiento

En esta segunda entrega de la serie La construcción de una armadura voy a retratar qué proceso seguían los carpinteros cuando comenzaban a trabajar en la obra de un edificio para construir lo que se daba en llamar el asiento. No obstante, aclararé primero que la fase de diseño y fabricación de las diferentes piezas de la armadura empezaba con bastante anticipación a la colocación in situ, lo cual podía suponer entre meses y años. Pero creo que es más clarificador ver antes la obra que el diseño, puesto que si no nos familiarizamos con las piezas ya terminadas, difícilmente se puede comprender la forma de proyectar una cubierta y de fabricar sus elementos.

Antaño, la obra de un edificio, en su esencia más elemental, se asemejaba bastante a las que se hacen hoy en día. Existía un contratista general que dirigía toda la construcción e incluso se podía encargar de su diseño, en tiempos en los que aún no existía la figura del arquitecto. Era el maestro, y en muchos casos venía a ser la suma de lo que hoy son tres figuras diferentes: arquitecto, aparejador y jefe de obra. Sin embargo, lo que más nos interesa por esta vez es la división entre los diferentes oficios que quedaban bajo la dirección del maestro, uno de los cuales era el que da sentido a este blog: los carpinteros de lo blanco.

El momento en el que los carpinteros comenzaban a pulular por los andamios era cuando los albañiles y canteros habían levantado los muros hasta la cota en la que ya procedía la colocación de la armadura. Obviamente, si existían varios pisos y anteriormente ya hubo que colocar forjados de madera o alfarjes, también habría sido cometido suyo, pero de momento vamos a suponer que la armadura era su único trabajo, y que los muros ya habían alcanzado la altura del alero.

Los primeros elementos de madera que se disponían en la obra eran los nudillos: unas pequeñas y alargadas piezas que quedaban insertas en la fábrica de manera transversal al muro, a modo de anclajes para el siguiente elemento, que era la solera. No hay que confundir estos nudillos con los del almizate, puesto que su nombre es el mismo. Quiero reseñar que el orden de las ilustraciones III, IV y V podía variar en función de la solución adoptada, ya que he dibujado las fases con la única intención de que se vea claramente la disposición de los elementos. A veces se macizaba el conjunto de tal manera que no permitiría ver con claridad su colocación.

Estructuralmente, la solera era fundamental, puesto que el peso de cualquier parte de la cubierta acababa cargando sobre ella, y distribuyéndose de un modo lo más uniformemente posible sobre los muros. En ella se materializaba la división entre la obra de fábrica y la de carpintería de un modo totalmente nítido, y formaba la base de lo que se denomina el asiento de la armadura, que comprende el conjunto de todas aquellas piezas de la parte inferior de la misma que no pertenecen a los faldones de cubierta propiamente dichos.

En una armadura clásica, el asiento se compone de tres elementos principales: la solera –que ya hemos descrito-, sobra la cual se apoyan los tirantes, y sobre estos últimos los estribos, si bien todo el conjunto quedaba finalmente rematado por una serie de tablas de tipo ornamental que conformaban el arrocabe. La función que cumplía cada uno de dichos conjuntos dentro del asiento era específica, y para hacerlo, cada uno de ellos se componía de diversos elementos, a excepción del estribo, que era un elemento único. En las siguientes ilustraciones se pueden ver desde dos ángulos diferentes el esquema general de un asiento de armadura.

Los estribos eran grandes maderos longitudinales, escuadrados y ocultos a la vista, sobre los que acometían las bases de los pares . Por su carácter puramente estructural, eran las piezas más comprometidas de la cubierta, y su fallo podía provocar la ruina de la misma. Su misión era soportar mediante flexión, tanto el peso como el empuje de los faldones, por lo que debían tener unas dimensiones acordes en sección a las cargas generadas. De hecho, si la cubierta se construía conforme al buen hacer de la época, los estribos eran vigas apoyadas únicamente en sus extremos sobre los tirantes, que recibían fuertes cargas oblicuas, en general más cercanas a la horizontal que a la vertical. No obstante, dada su importancia, había otras piezas que tendían a asegurarlos frente a posibles desplazamientos, como los tirantes, cuadrales y aguilones. Sobre los dos últimos, debido a sus condiciones particulares, hablaré más adelante, para no restar claridad a la explicación.

Los tirantes eran, con gran diferencia, las piezas más largas y de mayor escuadría de toda la armadura, puesto que la cruzaban transversalmente de lado a lado para unir ambos estribamentos. Su misión era impedir que los estribos cediesen ante las cargas horizontales de los pares, yéndose hacia fuera. Para coartar dicho movimiento, los tirantes estaban cajeados en sus dos extremos para acoger a los estribos, y además, si procedía la unión de dos estribos en el sentido longitudinal, había que ubicar el empalme justo sobre los tirantes, porque de lo contrario, el conjunto se arruinaría sin remedio. Por otra parte, casi sin excepción, bajo los tirantes se ubicaban los canes: piezas de apoyo que disminuían los esfuerzos soportados por el tirante en sus zonas de apoyo.

Por lo general, en armaduras vistas, los tirantes suelen ser dobles y es habitual que cada pareja esté separada de la siguiente una distancia considerable, de la misma manera que en cubiertas ocultas por bóvedas o armaduras ornamentales, es más normal que los tirantes sean únicos y más próximos entre sí. ¿A qué se debe esta diferencia? Ningún tratado dejó por escrito el motivo fundamental, pero el sentido constructivo me sugiere que ambas situaciones responden a dos cuestiones: por un lado la necesidad estructural de atirantar con la mayor proximidad posible, y por el otro, el condicionante de tener que dejar un amplio espacio vacío entre tirantes para que el espectador pueda admirar la techumbre. Este último era el caso de las armaduras vistas, y por ello, para contrarrestar el peligro que supondría la ruptura de un tirante cuyo semejante más cercano estaba a muchas varas de distancia, se colocaban por parejas, de modo que la probabilidad de fallo estructural se reducía a la mitad.

Los cuadrales tenían una misión muy semejante a los tirantes, con la diferencia de que se ubicaban cerca de las esquinas (de ahí su nombre cuadral, en referencia al ángulo recto), y unían los dos estribos perpendiculares que se encontraban en dicho punto, en lugar de dos paralelos. Para ello, la dirección de su eje principal se desviaba 45º respecto a los muros. Ocasionalmente se hallaban acompañados de otra pieza llamada aguilón, cuyo cometido era rigidizar aún más el conjunto formado por estribos y cuadral, de manera que mediante cajeados y clavos se intentaba asegurar la eliminación de cualquier desplazamiento.

CONTINUARÁ

Publicado en Armaduras y etiquetado , , , , , , , , , , .

6 Comentarios

  1. Excelente articulo, toda obra antigua tiene ese sabor y ese gusto especial, que ya no se volvera a ver, el minimalismo, y el simplismo han ganado espacio y es comprensible, el costo de la mano de obra la rspidez y la construccion en serie, son los elementos aportantes a que las majestuosas obras queden como simbolos de lo bien hecho y bien ejecutsdo, con cariño en cada trazo y en cada elemento

    • Hola Marcelo, comparto tu apreciación. En tiempos pasados, construir un edificio era un acto que no se ceñía exclusivamente a realizar un proyecto para cumplir una función concreta. Había algo más, una necesidad de trascender, de que la obra perdurase y de hacerlo lo mejor que se pudiese con los medios disponibles. Quiero creer que eso no se ha perdido y que todavía hay quien sabe valorar esa forma de trabajar.
      Un saludo.

  2. Mil gracias por estos articulos, soy un estudiante de carpinteria de patrimonio en Canadá y gracias a esta pagina y a un libro del arquitecto Enrique Nuere he podido acercarme un poco más a este tema, estoy trabajando para poder hacer un modelo de uno de los trazados de rueda de ocho de Fray Andres como trabajo final y poder mostrarlo a los timberframers canadienses.

    • Hola José, muchas gracias por tu comentario. Si necesitas ayuda con esa rueda, ya sabes! Ánimo y gracias por promocionar la carpintería española por esos lares, espero que te salga todo bien!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.