Desde hace ya muchas décadas acontece en España un fenómeno arquitectónico curioso, relacionado con la antigüedad de los muros de los edificios, que consiste en la eliminación deliberada del revestimiento de los mismos, dejando al descubierto la fábrica, sin protección frente a los elementos, con el objeto de mostrar su valor histórico al espectador, destacando de esa forma frente a otras construcciones. De la misma manera que un arqueólogo va excavando estratos y asigna una mayor lejanía en el tiempo a lo que encuentra en proporción a su profundidad, el comitente de una obra va quitando capas del guarnecido, hasta que lo que encuentra es, según su criterio, lo auténtico, lo original, y lo que da fe de la historia del edificio. Si el caso es afortunado y lo que hay es un muro de cantería, mal que bien, es probable que no se vea afectado de manera drástica, pero si no hay tanta suerte -para el edificio- y lo que hay es un muro de entramado de madera o peor aún, de adobe o tapial, su exposición puede causarle graves problemas debido a lesiones relacionadas con cualquier evento atmosférico: filtraciones de agua, heladas, radiación solar, etc.
Ignoro las fechas en las que este tipo de actuaciones pudieron comenzar, pero a juzgar por mi propia observación, y por fotos de diversas épocas, es probable que empezase en torno al último cuarto del siglo pasado o incluso antes. De cualquier manera, hay que llevarse las manos a la cabeza en su justa medida, puesto que en realidad todo esto parte de tener en estima a la arquitectura histórica, y pretender exhibirla aun a costa de ponerla en peligro, sobre todo por ignorancia. Peor sería aborrecer el pasado y querer demoler todo lo que huele a antiguo, como algunos movimientos han pretendido en la historia reciente. En realidad, aún estamos a tiempo de revertir el desastre y hacer comprender que a ningún maestro de tiempos pasados se le hubiera ocurrido dejar los pies derechos y codales de una entramado ligero a la vista, para que el sol desintegre su lignina, la humedad retenida le provoque pudrición cúbica, las carcomas aprovechen la ocasión, y las heladas completen la faena.
No voy a pretender desgranar de manera infalible los porqués de este síndrome, pero sí me voy a permitir aventurar algunas causas. La más inmediata es que se trata de un fenómeno por fases: falta de mantenimiento que se acaba convirtiendo en una nueva estética una vez que la falta de revoco ha dejado a la vista elementos con texturas «rurales» como madera, piedra o adobe. También, que aún hoy somos herederos del Romanticismo, de la fascinación por las ruinas del pasado, y por la “pátina dorada de los años” de John Ruskin y que, por el principio de acción y reacción, aunque nos sintamos atraídos por la estética contemporánea del acero y el vidrio, hay un recoveco en nuestra mente que siente irrefrenable pasión por los primitivos materiales naturales, y por lo poco que ha quedado sin procesar por la maquinaria industrial. Es algo que ha ido en paralelo al desarrollo, y que ya empezó hace mucho con el movimiento Arts & Crafts. Existe una necesidad estética de ver la antigüedad con los propios ojos. No me basta con saber que tras ese enlucido hay un muro del siglo XIV. Quiero verlo, enseñarlo. Mirad mi casa, ¡su fachada es de hace 200 años!
Sin embargo, como el mundo es complejo, el hecho de valorar lo añejo y sacarlo a la luz, ha degenerado en un peligroso falso tipismo en muchas comarcas, asumiendo como un signo de identidad lo que no es sino la ausencia de un revoco, o la prolongada falta de mantenimiento en el tiempo, y normalizando una apariencia que los edificios probablemente jamás tuvieron. Tiende a suceder sobre todo en zonas rurales donde por abundancia de madera o por tradición, se ha usado el entramado ligero, como por ejemplo La Vera, Sierra de Francia, Albarracín… Y es que a los muros que contienen elementos de madera les sucede algo peculiar, ya que ésta, al expandirse y contraerse de manera inversa al resto de la fábrica -puesto que en verano pierde volumen debido a la sequedad, y en invierno al revés-, acaba fisurando los revestimientos, sobre todo si están basados en barro o morteros pobres, que en última instancia acaban cayendo justo donde está la madera, dejándola a la vista. Lo lógico siempre fue volver a enfoscar, pero si tenemos en cuenta que el síndrome es relativamente reciente, y se basa sobre todo en exhibir lo que debería ser protegido, está servido el panorama actual, con miles de edificios mostrando la composición de sus muros, como si de un Swatch transparente se tratara.
Aunque no lo parezca, también los entornos urbanos pueden llegar a padecer esta situación. Por ejemplo en Madrid hay una peculiar variante de esta moda, y es la de despellejar el entramado por el interior, de manera que pueden verse los pies derechos y los plementos de ladrillo. Infinidad de locales comerciales y viviendas usan ese recurso decorativo, que al estar por el interior, en realidad no es tan grave, puesto que no se ven sometidos a las inclemencias. No obstante, como la osadía carece de límites, existe quien ha ido aún más allá, eliminando directamente el ladrillo, y dejando a su suerte a unos míseros pies derechos, que por sí mismos pueden soportar las cargas verticales pero no las horizontales.
Por otra parte, bien es cierto que en la cornisa cantábrica, o en diversos países europeos no es raro encontrar edificios históricos con el entramado a la vista desde el momento de su construcción, recibiendo dicha técnica nombres como maisons à colombage, o fachwerkhaus. Pero si algo distingue ese tipo constructivo de lo que he descrito antes, es que por lo general se trata de entramados pesados, con escuadrías sensiblemente mayores a las usadas en el centro peninsular, y climas de menor agresividad. Aun así, puede quedarnos alguna duda de si en determinadas ocasiones lo que vemos aquí no será una versión más precaria del colombage. A veces, la incógnita queda resuelta porque se aprecian claramente detalles que se hacían para embeber la madera en un revoco, como golpes de azuela o cuerda tomiza. Sin embargo, otras veces no es así.
Sinceramente, no creo que la solución pase por imposiciones tajantes, sino más bien por una didáctica de cómo era de verdad la construcción que hoy tanto se venera, de los problemas que genera quitar los revestimientos, y tal vez aportar soluciones que ayuden a mantener una determinada apariencia sin arriesgar la integridad de los muros. Por ejemplo dar valor a los revocos naturales de cal, de tierra, esgrafiados, poner elementos de “sacrificio” para proteger los entramados o incluso enseñar a dar tratamientos correctos a la madera. Nunca es tarde si el edificio aún continúa en pie.
Totalmente de acuerdo, muy acertado el artículo. Solo se me ocurre añadir dos cosas más. Muchas estructuras de madera centenarias se han conservado hasta hoy gracias a esas protecciones que parecían mínimas pero que han preservado edificaciones que configuran la trama urbana de muchos pueblos declarados conjuntos históricos en Salamanca. Dejar al descubierto la madera supone exponerla a la meteorología y a su rápida degradación. Por otro lado, los revocos que se pican y eliminan, son en muchas ocasiones documentos irrepetibles del pasado. Sobre ellos existen trazados, textos, y huellas que permiten descifrar el aspecto real de los cascos históricos en el pasado. Saber cómo se trabajaba, de qué estaban compuestas las argamasas, y mucha información que puede aportar en sus capas superpuestas, un revestimiento sobre la historia del edificio y su entorno, que desaparece de forma irrecuperable como si quemáramos el libro de fábrica de una construcción centenaria.
Te invito a conocer Ardixarra etxea en Segura (Gipuzkoa). Te gustará.
Algunos me siguen llamando imbécil cuando digo esto mismito. Pero en la época de la superficialidad donde la gente se tatúa de pies a cabeza o peor, se escarifica la piel ornamentalmente, ¿Qué podemos esperar?
Se me rompen las manos de aplaudirte.
Extraordinaria la explicación, de la moda de dejar las fachadas de la arquitectura popular de nuestros pueblos retirando los enfoscados y dejando a la vista el entramado de maderas con el perjuicio y el deterioro del edificio.
Gracias a Albanecar, un saludo.
Germán Cano Lopez