Nadie sería yo, sin la abnegación de mis antepasados, que permitió que mi devenir por la vida tuviera algo de provecho. A ellos les debo cada logro conseguido, sobre todo el de ser carpintero de lo blanco. Recuerdo a mis abuelos, a los que perdí demasiado pronto y de los que guardo una memoria a la par nítida y difusa, producto tal vez de mezclar realidades y sueños. Muy especial para mí fue cuando uno de ellos, carpintero también, comenzó a enseñarme lacería cuando yo contaba 14 años, justo bajo el primer ejemplar que hizo, con estas palabras:
Préstame atención si de veras quieres aprender el oficio. Como siempre te he dicho, intenta hallar el centro de cada forma, porque una vez que lo haces, desde él no existen ya secretos que te impidan cambiarla o comprenderla en su todo y en sus partes. El centro de una figura es como un corazón geométrico que alberga su esencia. No lo olvides.
¿Ves este techo que nos cubre?, desde el primer momento intuí que iba a estar compuesto por muchas piezas, que sin embargo estarían trazadas todas de una misma manera, y desde un mismo centro. Esas piezas darían forma a las estrellas, y el espacio que quedaría entre ellas a los nudos. Pero sin duda, lo más importante, y en donde reside todo, sería en los centros de las estrellas, porque aunque no se vean, la mente los percibe, sabe que están ahí, y que suponen la piedra angular de todo el conjunto.
Una estrella de ocho puntas no tiene misterios: está compuesta por un cuadrado al derecho y el otro al bies, con un centro común a ambos. Para trazarla en madera, sólo hay que dividir la cambija en 8 partes, y el ángulo resultante es el que permite dar los cortes necesarios a las piezas. Con una escuadra y un cartabón que contenga el ángulo que te he dicho, podrás hacer techos que contengan a un tiempo toda la belleza, armonía y sobriedad del cuadrado y del octógono. ¡Cuánta belleza… gracias a estos tapices de madera, engalanaremos nuestra amada ciudad, y si nos dejan, Castilla entera!
Mi maestro, hace ya muchos años, con gran esfuerzo y tesón logró hacer sencillos techos estrellados, usando para ello peinazos harpados, que gracias a un pequeño rebaje en forma de boquilla, formaban el dichoso cuadrado al bies. Desde entonces fueron muchas las techumbres que así se adornaron, para asombro de propios y extraños, pues en realidad no era labor muy tediosa, ya que únicamente se necesitaba una escuadra para dar con aquel trazado. Pero aquello no era lo que yo buscaba, gracias al cartabón de 8 logré algo mucho más espectacular.
Abundaban por doquier armaduras con almizates muy sencillos, y yo al verlos nunca dejaba de preguntarme cómo podría convertir tan mundanas techumbres en trazados mejor compuestos. Y cuantos tipos de pieza habría, y cómo lograr que se percibiera antes el devenir de la lacería que los propios maderos. Mis pensamientos se tornaban en obsesión, y sólo sabía que no podría detenerme sin intentarlo, por lo menos. Así hasta que cierto día reparé en unas puertas que hacía para una alacena, con largueros y peinazos que se ensamblaban mediante cajas y espigas. Al darme cuenta de que esos mismos ensambles podían colocarse a la vista para simular que una madera se superpone a otra, aun cuando por detrás suceda lo contrario, estuve cerca de repetir el Eureka de Arquímedes.
Las ideas se agolpaban en mi cabeza, pues ya sabía cómo elaborar un trazado de cintas que aparentemente se entrelazan de manera alterna. De repente ese tapiz de estrellas que imaginaba se acercaba a la realidad gracias a un sencillo ensamble de pico de flauta… jamás lo hubiera imaginado. En seguida fui al taller a intentarlo, pues tenía miedo de que todo aquello se desvaneciera en mi memoria como un sueño al despertar. Pero por fortuna no fue así, y labré mi primera estrella de lazo con algunos cuartones que tenía, tras mucho trabajo y no pocos errores.
Al tratarse de cintas, éstas delimitaban el perímetro de las estrellas, mientras que el centro quedaba hueco. Para solucionar el problema que eso suponía a la hora de trazar, usé maderas del mismo grosor solo para tener un soporte en el que establecer el centro de las estrellas y apoyar los cartabones. A su vez, me serviría para dar la anchura exacta de la calle que media entre dos maderos contiguos, y en definitiva, para trazar y cortar cualquier pieza. Todo gracias a un centro, dos maderos y dos cartabones… como siempre, hasta lo más complicado de concebir se basa en factores sencillos.
Con el tiempo, caí en la cuenta de que todo consiste en cruzar maderas a distintos niveles de profundidad, mientras que quienes vean el techo, sólo van a percibir el más superficial de ellos. Y ahí, el agramilado de las piezas y los juegos de boquillas y ensambles se encargan de distraer al ojo, llevándolo por un recorrido entrelazado de aparentes cintas que obedecen un estricto orden geométrico, común a la estructura que lo soporta todo. Pero aunque esté todo armado siguiendo las formas del triángulo, el cuadrado o el pentágono, con estrellas, con ruedas o sin ellas, siempre hay algo que subyace y da sentido a todo el trazado.
¿El centro? – Me apresuré a contestarle.
Sonrió y con calma dijo: Llegarás lejos, no me cabe duda alguna.