Vaya por delante que en la entrada de hoy hablaré de unas salinas de interior usadas desde la Antigüedad, y que ahora, en el siglo XXI, tristemente acaban de entrar en la lista de patrimonio en peligro de Hispania Nostra. El complejo salinero, ubicado junto al pequeño pueblo de Imón, en Guadalajara, está formado por una gran extensión de albercas acompañadas de norias, acequias, pozos y pabellones destinados a la producción de sal, que en tiempos conformaron las salinas más importantes de España. No nos olvidemos de la Olmeda, que está a pocos kilómetros y sólo es ligeramente inferior en tamaño.
Se tiene constancia escrita de su explotación en el siglo X, sirviendo como fuente de riqueza para reyes, nobles y clérigos medievales, puesto que antiguamente, la sal era un bien tan preciado que servía como medio de intercambio, y de ahí el término romano salario, para referirse al pago en especie. Las Salinas de Imón y la Olmeda han tenido una vinculación histórica al Obispado de Sigüenza, aunque ya en el siglo XIX pasaron a manos de una sociedad que aún hoy figura como propietaria, pero cuya explotación de las mismas prácticamente ha desparecido.
Hablo de estas salinas aquí, porque los pabellones de almacenaje son tres inmensos ejemplares de carpintería popular del siglo XVIII con madera toscamente labrada, dando lugar a una interesante estructura industrial, que es una de las más antiguas conservadas de la península y se aleja bastante de la estereotipada idea de la fábrica hecha en ladrillo y hierro. La simbiosis entre la madera y la sal es algo a destacar, puesto que esta última, al absorber la humedad, previene a la madera de cualquier tipo de pudrición, conservándose perfectamente. Si se hubiese usado acero u hormigón, a buen seguro hoy tendríamos unos edificios carcomidos por el óxido y las eflorescencias.
Las más de 1000 albercas, junto con los enormes almacenes, nos dan una imagen aproximada de la capacidad productiva de éstas salinas, que generaban 3600 toneladas anuales de cloruro sódico. El conjunto abarca unas 12 hectáreas, y aunque no es una superficie excesivamente grande para un complejo industrial de este tipo, presenta problemas de cara a su conservación, sobre todo teniendo en cuenta que actualmente su estado roza el abandono absoluto en algunas zonas. ¿Cómo conservar un ejemplar de patrimonio industrial de 12 hectáreas que apenas tiene uso y que es mayor que el pueblo más cercano? El tema se las trae, pero posiblemente la solución tenga que ver con un concepto muy en boga en el mundo de la conservación monumental: El paisaje cultural.
El paisaje cultural es una idea ligeramente compleja, pero muy interesante. Se basa en la relación del ser humano con un territorio concreto, que es identificable en el tiempo y el espacio a través del paisaje resultante. Esa relación puede incluir factores naturales, culturales, sociales y de todo tipo. En el caso que nos ocupa hoy, el territorio es más amplio de lo que parece, puesto que en la zona hay hasta 12 salinas, de las cuales solo Imón y la Olmeda han logrado tener una cierta entidad. Aunque las salinas han sido históricamente el motor más influyente de la zona, la existencia de una competencia más rentable ha roto el equilibrio entre salinas, pueblos y paisaje. Nos encontramos con un «cadáver» patrimonial desconectado de su entorno porque su razón de ser ha cambiado. Por fortuna es posible hacerlo revivir, aunque para ello sea imprescindible estrujarse los sesos.
Se trata de regenerar un «ecosistema» malogrado para que la parte que nos interesa se integre en su entorno paisajístico y social. Para ello sería necesario estudiar el territorio desde todos los puntos de vista, pero obviamente algo de tal calibre no puedo hacerlo aquí. Sin embargo puedo desencadenar una tormenta de ideas personal, a modo de apuntes rápidos:
– Las salinas aún funcionan, aunque sea a baja intensidad, por lo que todavía son rentables. Una cuestión de imagen o de valor añadido, como pudiera ser su obtención artesanal o su antigüedad podría darles un margen adicional para ser más competitivas.
– Se ha generado un pequeño pero floreciente negocio hotelero en la zona, basado en el «Spa», gracias a la salinidad del agua y al tirón que hoy en día tiene el turismo saludable. Se podría potenciar este tipo de turismo con alguna intervención de calidad en la zona mediante piscinas integradas en el paisaje o semejante. Hay pueblos con una problemática casi calcada a la de Imón y la han resuelto así. [Ver ejemplo]
– Podría combinarse la actividad salinera con la creación de un Parque Arqueológico para proteger los restos en riesgo de desaparición. Aunque corren malos tiempos para una inversión de tipo público, podría plantearse a medio plazo si la inversión privada sirve de locomotora.
– El concepto «sal» podría ser en sí mismo un atractivo, si se trata de una manera original o inesperada. Existen edificios de sal, esculturas de sal o variedades gastronómicas basadas en tipos exóticos de sal. Cuidado con caer en la tentación de hacer el «Museo de la Sal» sin una idea clara, porque además en España ya existen varios.
– Si se llega a la conclusión de que la zona solo admite un perfil bajo en cuanto a número de visitantes, podría preverse un pico de actividades concentrado en una época concreta, con buen tiempo, como festivales o eventos relacionados con la comarca.
– Posiblemente la solución más inteligente sea una planificación por fases combinando las ideas anteriores u otras parecidas, de manera que las inversiones se amorticen en períodos razonables de tiempo.
Todas las fotos que carezcan del logo de Albanecar han sido cedidas por cortesía del blog arqueologiaypatrimonioindustrial.
Acabo de estar allí y lo cierto es que no se ve mejoría alguna. Muy buen resúmen y sobre todo un conjunto de ideas que podría servir para prender la chispa de su recuperación. Gracias por intersarte por nuestra tierra. Saludos.
De nada Raúl. Un lugar así merece toda la atención que se le pueda prestar. Ojalá las cosas vayan mejor en un futuro cercano para las Salinas. Un saludo.
Porque hay sal en la zona estando el mar muy lejos