Cubas de la Sagra: Restauración in extremis

Si en alguna ocasión visitas la parroquia de San Andrés, en Cubas de la Sagra, podrás ver una de las armaduras más bellas de la provincia madrileña. Sin embargo, lo que no sospecharías es todo lo sucedido hace no mucho tiempo con aquella techumbre.

Y es que cierto día, allá por los años 60 del siglo pasado, el cura de Cubas observó que una de las pechinas de madera, que hacía tiempo que sufría problemas de pudrición, había empeorado. La toma de decisiones que vino después de eso no se sabe a cargo de quién corrió, pero sí el resultado. Una cuadrilla de operarios con hachas y picos se afanaron en derribar la totalidad de la armadura mudéjar, adornada con lacería y policromía. La imagen tuvo que ser dantesca. A hachazo limpio contra una valiosa armadura sólo por problemas de pudrición en una pechina. El enorme racimo de mocárabes que pendía de su centro lo dejaron caer y estrellarse contra el suelo, de manera que todas sus piezas saltaron por los aires. Sin embargo, alguna voz sensata tuvo que predicar en aquel desierto de barbarie, y sorprendentemente se almacenaron todas las piezas dentro del templo mientras se hacía una nueva cubierta.

Poco tiempo después llegó allí un nuevo párroco, que se interesó por aquél destrozado puzzle de madera, e investigó el modo en que podía recuperarse. Para su alegría, consiguió que alguien le diera una fotografía en la que se apreciaba perfectamente cómo era la cubierta antes del atentado. Después de todo, una de las propiedades más interesantes de estas joyas de la carpintería de armar española es que pueden recomponerse con relativa facilidad aunque se conozca sólo un pequeño fragmento de la obra original.

Sin embargo sus problemas no acababan con descifrar el trazado de la armadura. Hasta los oídos del Marqués de Lozoya llegó la noticia de que existían restos de una cubierta lacera procedentes de un derribo, y que estaban abandonados esperando ser carcomidos por las termitas. El Marqués, segoviano de pro, vio una oportunidad espectacular para restaurar el Alcázar de Segovia, por aquél entonces maltrecho tras un incendio, y colocar la desdichada armadura en uno de sus salones, por lo que inició las gestiones para conseguirlo.

El nuevo párroco de Cubas, sabedor de que poco se podría hacer ante la influencia de semejante personaje, solicitaba ayuda al obispado sin obtener ninguna respuesta. Hasta que un día, desesperado, cogió la foto que le habían dado y se fue directamente a la sede del Patrimonio Artístico Nacional, donde halló a Fernando Chueca Goitia. Tras exponerle su caso, le dijo que si alguien se atrevía a tocar la armadura para llevársela a Segovia, él mismo se encargaría de sacarla a la plaza del pueblo y prenderle fuego delante de todo el mundo. Ante tal situación, Chueca decidió ir personalmente a visitar los restos de la cubierta, y al comprobar que efectivamente eran de gran valor, y que la foto les podía orientar para recomponer la armadura, se inició el proyecto de restauración.

Y de ésta forma tan rocambolesca, la armadura de Cubas pasó de tener algún ligero desperfecto, a ser destrozada, para después verse restaurada en un proceso que, como poco, podríamos llamar “in extremis”.

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