La cúpula del Salón de Embajadores

El Palacio de Pedro I, dentro del conjunto formado por el Real Alcázar de Sevilla, probablemente sea uno de los edificios más deslumbrantes que puedan existir en nuestro país para cualquier persona que se sienta atraída por la carpintería de armar. Así que hace pocas semanas, en un viaje a Sevilla, no perdí la ocasión y lo visité. Aunque ya iba sobre aviso de que sus techumbres eran espectaculares, ver tantas a la vez, y tan exquisitamente labradas y conservadas, superó todas mis expectativas, y más aún debido a que a todas las armaduras allí presentes, había que añadir un enorme conjunto de puertas de lazo apeinazado, y por supuesto también mocárabes, yeserías, capiteles, arquerías y cuantos elementos pudiera haber en aquel maravilloso contenedor que es el palacio.

Las sensaciones que tuve durante el paseo se aproximaron bastante al síndrome de Stendhal, y muy pronto comencé a pulular sin descanso por las estancias una y otra vez, y a hacer fotos de manera casi compulsiva a todo aquello que fuese de madera -y a lo que no lo era, también-. Por supuesto fui el último visitante en salir de allí, y con un gran dolor de cuello por haber estado mirando hacia el techo durante largas horas.

Sin lugar a dudas, la armadura más sobresaliente del palacio -y a la que dedico esta entrada- es la cúpula de madera que corona el Salón de Embajadores, hecha por el Maestro D. Diego Ruiz en 1427. Ya hablé de ella en el primer post de Albanécar, pero no por eso quería desaprovechar la oportunidad de compartir algunas de las fotos que le hice, y si cabe, alguna explicación adicional respecto a aquel primer texto. Se trata de una media naranja de lazo diez lefe, que dicho en lenguaje llano, es la construcción más compleja que un carpintero de lo blanco podía llegar a hacer, y de hecho, como ya dije aquella vez, era una de las pruebas que se le podían exigir a un oficial para llegar al grado de geométrico, el más alto del gremio. Como anotación importante, cabe decir que solo quedan en todo el mundo cuatro medias naranjas como esta. Las otras tres, aparte de la presente, están en la Casa de Pilatos (también en Sevilla), en el Museo Arqueológico Nacional (proviene del palacio de Altamira, en Torrijos), y en el Convento de San Francisco de Lima (Perú).

El nombre diez lefe, para quien no está familiarizado con la terminología carpintera, designa el tipo de ruedas de lazo que cuajan la bóveda, todas ellas de diez brazos. La característica más peculiar de dicho trazado es precisamente esa: que todas sus ruedas son de diez, y que los candilejos son estrellas regulares de cinco puntas. En el desarrollo cualquier otra rueda surgen inevitablemente ruedas diferentes a las que se denomina desculatadas, de manera que los trazados de las distintas ruedas se agrupan por parejas: 8 y 16, 9 y 12, etc.

10lefe

Sin embargo en un diez lefe se genera una trama de ruedas idénticas que se entrelazan de manera infinita, pero con un pequeño y necesario truco -resaltado en rojo con forma de aspa en el dibujo- en una calle por cada rueda para que el milagro pueda obrarse, ya que si a cada rueda pudieran rodearla otras seis de manera perfectamente simétrica, estaríamos hablando de una geometría basada en el seis. Aun con dicha peculiaridad, el diez lefe se considera el trazado más perfecto de la lacería, también debido a que absolutamente todos los azafates -figuras que rodean a los sinos principales- son idénticos.

Y si ya es perfecto en plano, ni que decir tiene que adaptarlo a una esfera es una auténtica proeza, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos hablando de una obra medieval de más de 600 años. En relación a su trazado y construcción, existe un interesantísimo artículo sobre la armadura del Salón de Embajadores -del cual ya incluí un enlace en la primera entrada del blog- que fue escrito por Ángel Luis Candelas, arquitecto y docente de la Universidad de Sevilla, que en su día realizó una tesis sobre la carpintería de armar en Huelva, y que en el texto reseñado descodifica por completo la construcción de la bóveda semiesférica.

En el artículo se menciona, por poner un ejemplo, un tema que a simple vista tal vez ni se intuye, pero que podría dar quebraderos de cabeza incluso al carpintero más hábil: hay camones que deberían ser paralelos entre sí y parten del arranque de la cúpula colocados de manera radial, por lo que es imposible que conserven su paralelismo si no son sometidos a torsión. Esta y muchas otras complicaciones derivadas de la geometría esférica se resuelven con ligerísimas correcciones que a ojos del espectador resultan imperceptibles, pero que posibilitan la construcción de la media naranja con una asombrosa «imperfección».

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Siquiera hacer un resumen del artículo del profesor Candelas resulta práctico, puesto que es tal el interés de los textos y dibujos que contiene, que todo intento de simplificar no haría sino dar como resultado un conjunto de vaguedades e imprecisiones. Así que, querido lector, te invito a que lo leas e intentes comprenderlo, cosa que no es tan fácil como parece.

El único tema que sí me gustaría destacar de la investigación, demuestra hasta donde llegaba el espíritu práctico de los carpinteros de lo blanco. Siguiendo la lógica constructiva, y sabiendo que la cúpula se construyó por sectores, el montaje de la misma parece obvio: se construye el asiento anular de la armadura y se empiezan a montar sectores hasta colocar el casquete esférico central. Sencillo, ¿verdad?. Pues no era así, era exactamente al revés. ¿Por qué? Porque la acumulación de pequeños errores desde un perímetro formado por 12 husos hasta una única rueda central hubiese hecho completamente imposible que el lazo de la última pieza tuviese continuidad con el resto. De manera que se comenzaba colgando el casquete superior de la armadura de cubierta, y en torno él se iban colgando asimismo los demás paneles hasta alcanzar los estribos. Así, los errores que se pudiera haber se repartían entre los 12 husos y se ocultaban tras la cinta inferior perimetral, sin consecuencias de cara al espectador.

Aun hoy, conociendo los métodos constructivos más novedosos y el inabarcable desarrollo de la tecnología, solo cabe quitarse el sombrero ante unos carpinteros que con poco más que formones, cepillos y gramiles, llegaron tan extraordinariamente lejos hace más de 6 siglos.

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7 Comentarios

    • Hola Ignacio. Muchas gracias por el comentario y por compartir conmigo la nueva ubicación del artículo de Candelas. Procedo a actualizarlo, un saludo.

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