La arqueta de Leyre

Yo, Faraŷ, fui llamado por orden del califa Hisham, para obsequiar con un delicado presente a su ministro Abd al-Málik, hijo predilecto de Almanzor, en honor a sus gloriosas victorias como Espada del Estado frente a los enemigos del Profeta. El propio Zuhayr quiso venir a comunicarme el encargo, sabedor de mi condición de maestro de eboraria en Al-Záhira. Aturdido aún por la importancia de la empresa, prometí crear el cofre que más primorosamente decorado y proporcionado pudiera realizarse en marfil.

Quiso el destino que justo en aquel tiempo cayeran en mis manos cuatro aventajados discípulos del taller, gracias a lo cual mi propósito ya estaba claro: cada uno de ellos se encargaría de un lado del pequeño arca, y yo de la tapa. Porque así como el maestro con sabiduría dirige a sus aprendices y está por encima de ellos, el elemento más complejo y exquisito de nuestra obra habría de cubrir a los demás, sirviendo de precioso remate del conjunto. Igual que una corona exhibe el poder del rey sobre su cabeza. Igual que una cubierta proporciona hechura y ornamento al quedar sobre el edificio.

No fue caprichosa la distribución del trabajo, puesto que mi cometido no solo incluía la talla de las diferentes placas de la tapa. También hube de dar las trazas de todo el conjunto, para lo cual eran imprescindibles mis conocimientos de geometría, gracias a la cual existió armonía entre el todo y cada una de sus partes. Decidí entonces que la altura y el fondo del arca tendrían exactamente un sibr de longitud (1), mientras que su anchura sería tal que formase un rectángulo de divina proporción (2). A lo alto, dividiendo el sibr en 5 partes, 3 corresponderían a la caja y dos a la tapa, y de estas, una al friso y otra a la cubierta, con forma de mastaba. Así, todos los elementos del arca tenían dispuestas sus dimensiones, salvo los que pertenecían a la cubierta, que requerían de extremada precisión en sus ángulos debido a su forma.

Partí pues, el fondo del arca en sus tres qabdas (3), de modo que la inclinación de la mastaba se definía por un avance de una qabda, y un ascenso de un quinto de sibr (4). Más complicado era asignar los verdaderos ángulos de los pequeños trapecios de la cubierta, pero aquí vino en mi socorro un sencillo método que aprendí de un carpintero toledano, cuando contaba apenas 15 años. Él lo usaba para hacer determinadas piezas de las techumbres a cuatro aguas de sus edificios, en las que se unían los faldones.

Aquel método era así: toma el avance y el ascenso de un faldón, y divídelos en una fracción tal, que puedan trazarse en una tabla. Toma la diagonal que media entre sus extremos y colócala en vertical sobre el extremo del avance. Pues bien; el ángulo exacto del faldón es el que media entre la nueva diagonal obtenida y el avance (5). Es útil recortarlo sobre una tabla para trasladarlo a tantas partes como haga falta, al igual que se hace con la pendiente de la cubierta. Por su forma y su tamaño se daba en llamar igual que las cofias que llevaban algunas mujeres sobre el pelo: al-baniqa.

Por fin, con todas las placas definidas en forma y proporción, guié a mis aprendices Misbah, Jayr, Sa´Abada y Rasid en su talla. Dispuse la decoración en florones de ocho lóbulos, en los que se representaron los fastos que tuvieron lugar para con nuestro general, bajo la suprema majestad del califa Hisham. Afortunadamente, el resultado fue magnífico y toda la corte de al-Záhira se asombró ante el cofre de Abd al-Málik. En el nombre de Dios, el misericordioso, en el año 395.

 

1. En la métrica islámica mamuní, el sibr se correspondía con el palmo mayor castellano, y mide 23,57 cm., que es lo que mide la arqueta de Leyre de alto y fondo.

2. El ancho equivale a la altura multiplicada por Φ o número áureo, por lo que los alzados frontal y posterior poseen la denominada “divina proporción”.

3. Un sibr equivale exactamente a 3 qabdas, que se corresponden con el palmo menor castellano, midiendo aquellas 7,86 cm.

4. La pendiente de cubierta (cartabón de armadura en carpintería) queda definida por un avance de 1 qabda (1/3 de sibr) y un ascenso de 1/5 de sibr, por lo cual el ángulo comprendido es exactamente de 30,96º. La división de la anchura total de la arqueta en 3 partes es un precedente de lo que siglos más tarde se haría en las armaduras de par y nudillo.

5. Método trigonométrico para hallar el albanécar. No se hubiesen podido labrar las piezas de la cubierta con tanta precisión sin aplicarlo.

 


Querido lector, lo que acabas de leer es un relato ficticio compuesto a base de información verídica. Faraŷ y sus discípulos, artesanos de Madinat al-Záhira, fueron los realizadores de la arqueta de Leyre, que fue un obsequio a Abd al-Málik en el 395 de la Hégira (1005 de la era cristiana), sólo 4 años antes de su muerte y con ella el fin del califato.

Lo que hace verdaderamente interesante esta historia en cuanto a la carpintería de armar, es que la cubierta de la arqueta fue forzosamente diseñada teniendo en cuenta el ángulo en verdadera magnitud que forma el encuentro de los faldones con la horizontal, y que ese ángulo solo pudo calcularse a partir de la pendiente de la cubierta, que se definió en primer lugar, puesto que responde a dimensiones muy concretas (1/3 sibr y 1/5 sibr). Es decir, que ya en la construcción de la arqueta se usó el concepto de albanécar, siglos antes de que apareciesen las primeras armaduras de limas mohamares de las que se tiene constancia.

La licencia que me he permitido de atribuir el aprendizaje del trazado del albanécar a la influencia de un misterioso carpintero toledano, se debe a que son muchos los indicios que apuntan a Toledo como origen de la carpintería de armar hispana, que poseía maestros y alarifes de tal ingenio que en todo tiempo fueron llamados a reinos y ciudades lejanas cuando se les requería para construir edificios representativos. Ellos llevaron consigo los cartabones, gracias a los cuales, con el tiempo llegaron a inventar las armaduras de lazo.

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